“¡Oh tú a quien ama mi alma!” Cantares 1:7
Es bueno poder
decir del Señor Jesús sin ningún “si” o “pero”: ¡Oh tú a quien ama mi alma!
Muchos sólo pueden decir que creen que aman a Jesús; confían en que lo aman,
pero sólo una experiencia superficial se satisfará con quedarse allí. Ninguno
debe dar reposo a su espíritu hasta sentirse completamente seguro en un asunto
de tan vital importancia. No tenemos que estar satisfechos con una esperanza
superficial de que Jesús nos ama, y con una mera creencia de que nosotros lo
amamos a él. Los santos de la antigüedad no hablaban, por lo general, con
“peros” y “si”; con “espero” y “creo”, sino hablaban positiva y claramente. “Yo
sé a quien he creído”, dice el apóstol Pablo. “Yo sé que mi Redentor vive”,
dice Job. Asegúrate de que realmente amas a Jesús, y no quedes satisfecho hasta
que puedas decir con certeza que tienes interés en él, el que, sin duda, ya
tienes por haber recibido el testimonio del Espíritu Santo, y por haber sido
sellado, por la fe, con el Consolador.
El verdadero amor a Cristo es en todos los casos,
obra del Espíritu Santo, y es él quien tiene que efectuarla en el corazón. El es la
causa eficiente de ese amor, pero la razón lógica porque amamos a Jesús reside
en él mismo. ¿Por qué amamos a Jesús? Porque él nos amó primero. ¿Por qué
amamos a Jesús? Porque él se dio a sí mismo por nosotros. Nosotros tenemos vida
por su muerte; tenemos paz por su sangre. Aunque era rico, por amor de nosotros
se hizo pobre. ¿Por qué amamos a Jesús? Por la excelencia de su persona.
Nosotros estamos satisfechos con la sensación de su hermosura, con la
admiración de sus encantos y con el conocimiento de su infinita perfección. Su
grandeza, su bondad y su amabilidad se combinan en un esplendente rayo, con el
fin de fascinar al alma hasta que exclame: “Todo él es codiciable”. ¡Bendito
amor es este, que une el corazón con cadenas más suaves que la seda, y, al
mismo tiempo, más sólidas que el diamante!
CHARLES SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)