“Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que
se había perdido.” Lucas 19:10
A Jesús no se le
conocía originalmente como «el hijo del hombre» sino como «el Hijo de Dios».
Antes de todos los mundos, él moraba en el seno del Padre y «no consideró el
ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» (Filipenses 2:6). Sino que para
redimir a los hombres, el hijo del Altísimo se convirtió en el «Hijo del
Hombre». Nació de una virgen y con el nacimiento él heredó las dolencias
inocentes de nuestra naturaleza y llevó los sufrimientos que conllevan a esas
dolencias. Además llevó sobre sí nuestro pecado y su penalidad y por tanto
murió en la cruz. En todos los aspectos fue hecho igual a sus hermanos. Él no podía ser el pastor de los hombres
sin hacerse igual a ellos, y por lo tanto el Verbo consintió en hacerse carne.
¡Mira el estupendo milagro de la encarnación! Nada puede exceder a este
milagro: ¡Emanuel, Dios con nosotros! «Y al manifestarse como hombre, se
humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!»
(Filipenses 2:8).
Oh, perdido, tú que
estás consciente de tu pérdida, anímate hoy cuando el nombre de Jesús se
pronuncie en tu presencia: él es Dios, pero es hombre y como Dios-y-hombre él
salva a su pueblo de sus pecados.
(A través de la Biblia
en un año: Nahúm 1-3)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)


