“Hacia ti dirijo la mirada, hacia ti, cuyo trono está en el
cielo.” Salmos 123:1
Es muy triste que la
gente entre en casa de cualquier hombre y vean todo menos al hombre mismo.
Admiran sus alfombras, se regocijan por la regularidad con que se sirven las
comidas, ven que hay ciertas leyes que hacen provisiones para el desayuno y la
cena de toda la familia; aprueban las «leyes» que mantienen limpia la casa y
las «leyes» que la han decorado y las «leyes» que gobiernan todo. Pero, ¿dónde
está el amo que hace todas esas leyes? Por desgracia, ¡no quieren verlo! Les
gusta ver lo que él ha provisto, les gusta sentarse con sus piernas bajo sus
mesas de caoba, pero no quieren ver al amo de la casa. Sin duda, eso debe
surgir de una falta de comprensión.
Cuando me quedo con un
amigo, me complacen sus atenciones pero quiero pasar tanto tiempo como sea
posible con él. Es el anfitrión, y no su comida, lo que constituye el verdadero
gozo de la visita; y en el mundo es el
mismo Dios, y no sus leyes, ni los productos de estas, lo que nos proporciona
el mayor gozo. Al igual que sería insensato el que hace una visita y se
olvida comunicarse con su amigo y solo se fija en su casa y en los terrenos,
así es más que insensato el que, en este mundo inigualable, lo ve todo excepto
a aquel que está en todas partes y que lo hizo todo. Esto es ciertamente una
necedad.
(A través de la Biblia
en un año: Oseas 9-11)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)


