"Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira..." (Ef. 4:31 RVC)
La ira suele ser la
consecuencia de expectativas frustradas. Esperamos algo, y si no lo conseguimos
acabamos decepcionados y enfadados. Y nuestro enfado nos lleva a un estilo de
vida disfuncional en el ámbito personal, espiritual y social. Las expectativas
frustradas a veces tienen su origen en experiencias de nuestra niñez con
nuestros padres, hermanos o figuras de autoridad. Quizás nuestras necesidades
de amor, aceptación, seguridad y relevancia nunca fueron satisfechas; más tarde
en la vida sufrimos la ruptura del matrimonio, o de compromisos laborales o de
amistades. Al final, ese enojo subyacente se convierte en un arma de nuestro
arsenal, amenazando con atacar todo aquello y a toda persona que estimamos. Nos
convertimos en personas amargas, excluidas y solitarias a quienes los demás
evitan. Dios nos insta a que desechemos toda amargura, "...para que no
brote ninguna raíz de amargura que os perturbe y contamine a muchos"
(Hebreos 12:15).
¿Cómo obedecemos este
mandamiento?
1) Aceptando y poniendo en práctica Su Palabra. Sin una base bíblica,
las viejas emociones siempre estarán minando nuestros esfuerzos por superarlas.
Desechar toda amargura es un mandamiento que conlleva una promesa de éxito si
se cumple.
2) Decidiendo desechar toda amargura. La decisión no es una
emoción y por lo tanto no demanda una
respuesta emotiva. Dios no va a controlar tus emociones pero tampoco se va dejar
influir por ellas. Creer en la Palabra de Dios y decidir obedecerla siempre da
los resultados esperados. Así que empieza a reforzar tu voluntad y tu fe.
¿Cómo? Proponiéndote en serio obedecer a Dios a pesar de los sentimientos. Pon
en práctica eso todos los días hasta que se convierta en un estilo de vida.
Luego verás que en lugar de ser controlado por tus cambios de humor, te
encontrarás "reinando en vida" (Romanos 5:17); es decir, tus
emociones negativas dejarán de controlarte.
BOB Y DEBBIE GASS - (Devocional "LA PALABRA PARA
HOY")