SEGANDO PARA VIDA ETERNA
Por Faustino de Jesús Zamora Vargas
“Porque el que siembra para su
propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el
Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” Gálatas 6:8
“Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no
olvides ninguno de Sus beneficios.” Salmos
103:2
Ánimo, hermanos. No hay por qué preocuparse demasiado. Si Ud. es un
cristiano convencido por su fe en Jesucristo, no se lamente. Tire la culpabilidad
a un lado y déjese pastorear por el Señor. A todos nos sucede lo mismo.
Queremos hacer lo bueno, pero cuando llega el momento, hacemos mutis; nos vamos
en retirada. La culpabilidad aflora, nos sentimos miserables y prometemos en
voz baja que la próxima vez no sucederá. Soy cristiano, estoy diseñado para
hacer el bien. ¿Por qué fallo?
El Espíritu y la carne rivalizan
continuamente. Al
despedirse de los tesalonicenses, Pablo les animaba: “Y que el mismo Dios de
paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo,
sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts 5.23).
Al recibir el Espíritu Santo se genera en nuestro ser una conciencia de
Dios que antes no existía. En el alma reside nuestra personalidad. En el alma –pensamientos,
deseos y sentimientos– se genera el comportamiento y se forman las creencias.
El alma recibe información del mundo e información de Dios. Si creemos más en
la información que procede del mundo, el comportamiento será carnal. Si por el
contrario, decidimos creer en lo que Dios dice y obedecerle, mi conducta es
espiritual. Lo que sucede en el interior en mi alma afectará mis decisiones. El
rey David le daba órdenes a su alma para hacer la voluntad de Dios: “Bendice alma mía al Señor” (Salmos 103:1ª),
le hablaba a su alma: “Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de
El viene mi esperanza. (Sal 62.5) ¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué
te turbas dentro de mí? (Sal 42.11)
El cuerpo recibe constantemente
información del mundo a través de los cinco sentidos (oler, tocar, oír, mirar, gustar).
Pablo se quejaba: “¿Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de
muerte?” (Ro 7.24) y reconocía inmediatamente que Cristo ya le había dado la
libertad: “Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro 7.25). El cuerpo
está permanentemente expuesto a las miserias del mundo y Satanás lo sabe. El
ojo mira lo que no debe mirar; los miembros de mi cuerpo son tentados
constantemente a hacer lo que Dios aborrece. Mala noticia: eso no va a cambiar.
Buena noticia: Cristo nos libertó del poder del pecado, somos espirituales y
nuestra alma nos induce a tomar decisiones para vida eterna.
Salomón declaraba: “Y de todo
cuanto mis ojos deseaban, nada les negué, ni privé a mi corazón de ningún
placer…” (Eclesiastés 2:10ª) y reconocía el pecado “…todo era vanidad”
(Vers. 11).
Pablo hace una diferencia cuando se
refiere al hombre carnal. En el idioma original del Nuevo Testamento (el griego) hay dos palabras
que se traducen como carnal en español: la primera es sarkinós que es la persona que reconoce, como Pablo, que somos
tentados constantemente porque vivimos en un cuerpo de carne de huesos expuesto
a la maldad. El Dios-hombre, nuestro Señor Jesucristo fue tentado, pero su alma
decidió obedecer la palabra de Dios. La segunda acepción de carnal en griego es
sarkikós, que significa ser
gobernado o dominado por la carne. “…y los que están en la carne no pueden
agradar a Dios” (Ro 8.8). ¿Notas la diferencia? Todos somos de cierta manera
sarkinós, pero no se concibe un cristiano sarkikós.
Porque, o vives gobernado por la carne o estás en el Espíritu y andas en el
Espíritu. Jesús decía a sus discípulos: “El
Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo
les he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).
Con todo, aunque vivamos en la carne –sarkinós–, podemos vivir agradando a Dios en el Espíritu. Recuerden
amados hermanos y hermanas, que al vivir en el Espíritu podemos ordenarle a
nuestra alma que sea gobernada por la palabra de Dios. Cristo te ha liberado de
tu cuerpo mortal. Eres espiritual. Decide hoy comenzar igualmente a decirte a
ti mismo, con convicción. “…la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la
fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas
2:20b). ¡Dios te bendiga!


