“Permaneced en mí, y yo en vosotros.” Juan 15:4
CUANDO SE COLOCA un nuevo injerto en una vid y permanece allí, ocurre un proceso doble. Primero, tiene lugar un cambio en la madera. El injerto echa sus raicillas y fibras hacia el tronco, y el tronco avanza hacia el injerto, con lo que tiene lugar una unión estructural. El injerto agarra o permanece y pasa a ser uno con la vid, y para todos los efectos el injerto ha pasado a ser parte de la vid. Luego hay el segundo proceso, en que la savia de la vid entra en la nueva estructura y la usa como pasaje a través del cual puede fluir y alcanzar los nuevos brotes, hojas y fruto. Esta es una unión vital. El injerto entra en el tronco de la vid; el tronco entra en el injerto con su savia, si permanece.
Cuando el Señor dice: «Permaneced en mí, y yo en vosotros», indica algo análogo a esto. «Permaneced en mí»: esto se refiere más a lo que tenemos que hacer. Hemos de confiar y obedecer, separarnos de todo lo demás, juntarnos a Él y depender de Él, profundizar en El. Al hacerlo, por medio de la gracia que nos da, se forma un carácter y el corazón se prepara para la experiencia más plena: «Y yo en vosotros.» Dios nos fortalece con su Espíritu en el hombre interior, y Cristo reside en el corazón por la fe.
Muchos creyentes oran y desean ardientemente ser llenos del Espíritu y revestidos de Cristo, y a veces se sorprenden de no hacer más progresos. La razón es con frecuencia ésta: el «Yo en vosotros» no es factible porque el «permaneced en mí» no tiene lugar. «Hay un cuerpo y un espíritu»; antes de que el Espíritu pueda llenarnos, el cuerpo debe ser preparado. El injerto debe crecer en el tallo y permanecer en él antes que la savia pueda fluir a su través para poder traer fruto. Podemos recibir y gozar del «Yo en vosotros» sólo cuando seguimos a Cristo en humilde obediencia, negándonos a nosotros mismos, olvidando el mundo y aun buscando la conformidad a Él en el cuerpo de modo que permanezcamos en El. La Palabra que nos manda: «Permaneced en mí», nos preparará para la obra que debe emprender El: «Y yo en vosotros»
En. — Las dos partes del mandato tienen su unidad en la palabra en que aparece en las dos. No hay palabra más profunda en la Escritura. Dios está en todo. Dios reside en Cristo. Cristo vive en Dios. Nosotros estamos en Cristo. Nuestra vida ha sido tomada en la suya. Nosotros hemos recibido su vida; en una realidad divina que las palabras no pueden expresar, estamos en El y El está en nosotros.
Las palabras «Permaneced en mí, y yo en vosotros» nos dicen que creamos en este divino misterio, y que contemos con que Dios, el Labrador, y Cristo, la Vid, lo harán divinamente verdadero. No hay enseñanza o profundidad de pensamiento que pueda comprenderlo; es un divino misterio de amor. De la misma manera que no podemos efectuar esta unión, tampoco la podemos comprender. Confiemos en esta Vid infinita, divina, omnipotente, que nos ama, nos sostiene y obra en nosotros. Tengamos fe en que su obra permanece y descansemos en El, depositando nuestro corazón y nuestra esperanza sólo en El. Y contemos con que El cumplirá en nosotros este misterio: «Vosotros en mí, y Yo en vosotros.»
ORACIÓN. Bendito Señor, Tú me mandaste que permaneciera en Ti ¿Cómo puedo hacerlo, Señor, a menos que Tú te muestres a mí, me esperes para recibirme y me guardes? Te ruego que me muestres cómo vas a emprender todo esto. El estar ocupado en Ti es permanecer en Ti. Aquí estoy, Señor, una rama podada y permaneciendo, descansando en Ti y esperando el influjo de tu vida y tu gracia.
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)