“Todo aquel que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto.” Jn 15:2
HAY DOS COSAS NOTABLES en una vid. No hay ninguna otra planta que contenga tanto espíritu, espíritu que puede ser destilado en forma de vino. Y no hay otra planta que crezca de un modo más lozano y exuberante, de modo que este crecimiento perjudica el fruto, y por tanto debe ser podada sin compasión. Desde mi ventana veo viñas extensas: el cuidado principal del viticultor es la poda. Es posible tener una vid o una parra en un suelo tan excelente que no sea necesario cavarla, ni abonarla, ni regarla; pero el podarla es algo que no se puede descuidar si ha de traer fruto. Algunos árboles necesitan ser podados aquí y allí; otros traen fruto perfecto sin necesidad de poda: la vid la necesita. Y por ello nuestro Señor nos dice, ya al mismo principio de la parábola, que la operación que el Padre hace en la rama para que traiga fruto es: limpiarla, o sea podarla, para que dé más fruto.
Consideremos por un momento esta poda o limpieza. No se trata de quitar las malas hierbas, o espinos, o cualquier otra cosa que vaya a impedir el crecimiento. No; es el cortar los largos sarmientos o ramas del año anterior, y quitar los brotes excesivos que aparecen cada año, producidos por la vida interior de la vid. Es el quitar algo que es una prueba de vigor y de vida; cuanto más vigoroso es el crecimiento, más diligente debe ser la poda. Es la madera sana y vigorosa de la vid que debe ser cortada. ¿Por qué? Porque consumiría demasiada savia si tendría que llenar todos los brotes remanentes del año anterior; la savia debe ser guardada y usada sólo para el fruto. Los sarmientos o ramas, a veces de tres y más metros de longitud, son cortados cerca de la rama principal, y no se deja nada de ellos excepto unos tres o cuatro centímetros, bastante para que salga un nuevo brote y pueda traer fruto. Cuando todo lo que es superfluo ha sido cortado y queda muy poco de la rama, entonces se podrá esperar fruto sazonado.
¡Qué lección más solemne y preciosa! No es sólo al pecado que la limpieza o poda del Labrador se refiere aquí. Es a nuestra actividad religiosa, tal como se desarrolla en el mismo acto de llevar fruto. Es esto que debe ser cortado y limpiado. Hemos de usar al trabajar para Dios nuestros dones naturales de sabiduría, elocuencia, influencia o celo. Y, con todo, se corre siempre el peligro de que sean desarrollados indebidamente y se ponga confianza en ellos. Y así, después de cada temporada de trabajo, Dios pone fin a nuestro «yo», nos tiene que volver a refrescar la idea de nuestra invalidez y el peligro de todo lo que es humano; tiene que volver a hacer sentirnos como nada. Todo lo que queda de nosotros es lo bastante para recibir el poder de la savia de vida del Espíritu Santo. Lo que es del hombre debe ser reducido a su mínima expresión). Todo lo que es incompatible con la devoción más completa al servicio de Cristo debe ser quitado. Cuanto más perfecta sea la poda de todo lo que es del «yo», menos superficie habrá en la cual tenga que extenderse el Espíritu Santo, y más intensa será la concentración de nuestro estar enteramente a disposición del Espíritu. Esto es la verdadera circuncisión del corazón, la circuncisión de Cristo. Esta es la verdadera crucifixión con Cristo, el llevar la muerte del Señor Jesús en el cuerpo.
¡Bendita poda, obra de Dios mismo! Después podremos regocijarnos con la seguridad de que traeremos más fruto.
ORACIÓN. Oh nuestro Labrador santo, poda y corta todo lo que hay en nosotros que es expresión del yo, que pueda dar lugar a autoconfianza y autoglorificación. Señor, mantennos humildes, que ninguna carne puede gloriarse en tu presencia. Confiamos en Ti para hacer tu obra.
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)