“Y mi Padre es el labrador.” Juan 15:1
UNA VID debe tener un labrador que la plante y la vigile, y también que recoja el fruto. Jesús dijo: «Mi Padre es el labrador.» El era «la viña plantada por Dios». Todo lo que era e hizo lo debía al Padre; y en todo lo que hizo procuró sólo hacer la voluntad del Padre y servir su gloria. El se hizo hombre para mostrarnos lo que la criatura debe ser para su Creador, Tomó nuestro lugar, y lo que fue el espíritu de su vida ante el Padre, es lo que El procura que sea el nuestro: «De El, y por El, y para El son todas las cosas.» El se hizo la verdadera Vid, para que nosotros pudiéramos ser verdaderas ramas. Tanto por lo que respecta a Cristo, como a nosotros, estas palabras nos enseñan dos lecciones: la de la absoluta dependencia, y la de la perfecta confianza.
Mi Padre es el Labrador. — Cristo vivió siempre en el espíritu de lo que El dijo una vez: «El Hijo no puede hacer nada de sí mismo.» De la misma manera que la vid depende del labrador en cuanto al lugar en que ha de crecer, las vallas, el ser regada y podada, Cristo se sintió El mismo enteramente dependiente del Padre cada día por su sabiduría y la fuerza para hacer la voluntad del Padre. Como dijo en el capítulo previo (14:10): «Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.» Esta dependencia absoluta tenía su contrapartida bendita en la confianza de que no tenía que temer nada: el Padre no podía desazonarlo. Con un Labrador como su Padre, él podía entrar en la muerte y en la tumba. Podía confiar en que Dios le levantaría. Todo lo que Cristo es y tiene, lo tiene no de sí mismo, sino del Padre.
Mi Padre es el Labrador. — Esto es tan verdad para nosotros como para Cristo. Cristo va a enseñar a sus discípulos sobre las características de ser ramas. Antes de que pronunciara la palabra, o les hablara de permanecer en El o de dar fruto, hace volver los ojos de ellos al Cielo, al Padre que los contempla, y que obra en ellos. A la misma raíz de toda la vida cristiana se halla el pensamiento de que Dios es el todo en todos, de que nuestra obra es dar y dejarnos en sus manos, en la confesión de nuestra invalidez total y dependencia completa, en la segura confianza de que El nos da lo que necesitamos. La gran falta de la vida cristiana es que, incluso cuando confiamos en Cristo, dejamos a Dios fuera de la cuenta. Cristo vino a traernos a Dios. Cristo vivió la vida de un hombre exactamente como nosotros debemos vivirla. Cristo, la Vid, nos señala a Dios el labrador. Así como El confió en Dios, confiemos nosotros en Dios que todo lo que tengamos que ser o hacer, como pertenecientes a la Vid, nos será dado desde arriba.
Isaías dijo: «Una viña de vino rojo; yo Jehová la cuidaré, la regaré en todo momento; para que nada la dañe, la vigilaré noche y día.» Antes de que pensemos en el fruto o las ramas, llenemos nuestro corazón de fe: tan gloriosa como la Vid es el Labrador. Del mismo modo que el Labrador hizo que la Vid fuera lo que es, hará que cada rama sea lo que debe ser. Nuestro Padre es nuestro Labrador, la garantía de nuestro crecimiento y fruto.
ORACIÓN. Bendito Padre, nosotros somos tu viña. ¡Oh, que puedas tener honor de la obra de tus manos! Padre, deseo abrir mi corazón al gozo de la maravillosa verdad: Mi Padre es el Labrador. Enséñame a conocerte y confiar en Ti, y a ver que el mismo interés profundo que tienes en la Vid, lo extiendes también a la rama.
ANDREW MURRAY (Devocional Diario “LA VID VERDADERA”)