“Cuando Daniel supo que
el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su
cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y
daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10 RVR)
Hay algunas cosas en la vida espiritual que no son absolutamente
esenciales, pero la oración hace parte de la esencia misma de la
espiritualidad. Quien no ora carece su alma del aliento de la vida Dios. Se nos
dice que Daniel fue un hombre de espíritu excelente, un hombre de oración
abundante. El oraba por su pueblo en el exilio, por quienes estaban en
esclavitud. En sus oraciones intercedía por Jerusalén. Lo acongojaba el hecho
de que la ciudad estaba desolada, que todavía el destructor caldeo estaba sobre
el monte Sion, que una vez había sido el gozo de toda la tierra. Oraba por el
retorno de la cautividad, qué él sabía había sido ordenada por Dios. Hubiera
sido muy agradable haber escuchado por la cerradura en la puerta de la alcoba
de Daniel, las poderosas intercesiones que salían de allí hacia el trono del
Señor de los ejércitos.
Se nos dice también que Daniel mezclaba la acción de gracias en todas sus
oraciones. Una devoción es muy pobre cuando siempre está pidiendo y nunca
expresa su gratitud. Las oraciones en las cuales no hay acción de gracias son
egoístas y no reciben respuesta. La oración y la alabanza son como nuestro
sistema respiratorio. La oración inhala cantidades de la gracia y el amor de
Dios, y luego la alabanza las exhala otra vez. Daniel ofreció al Señor ese
aromático incienso hecho de muchas especias: de deseos y anhelos sinceros
mezclados con adoración. Había sido exaltado a una gran prosperidad natural,
pero “su alma también había prosperado” (3 Juan 2) y rehusó intoxicarse con el
éxito o alejarse de Dios atraído por las pompas mundanas. Mantuvo la energía de
su profesión exterior, mediante la comunión intima con Dios.
Cuando sus enemigos lo atacaron, recordó que había cosas mucho más
preciosas que la gloria humana y la prosperidad. Mejor una onza de la gracia
divina lograda mediante la oración, que una tonelada de los bienes mundanos.
Postrarse ante Dios y honrarlo, sin importar el costo, porque Él es digno, es
mucho mejor aún si el costo implica caer en la boca del león. Esa fue la
convicción de Daniel.
ORACIÓN. Padre Dios, ayúdame a tener el valor de ser un Daniel en el día de hoy.
Hazme un príncipe de la oración. Amén.
CHARLES SPURGEON -
(Devocional diario "LA
ORACIÓN ")


