“…tenían… copas de oro
llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.” Apocalipsis 5:8
Las oraciones que el Señor acepta no son las de los religiosos, las letanías
de los sacerdotes, o las solemnes notas de un órgano; deben ser las oraciones
de los Santos. En la vida, el carácter y el alma del creyente es donde yace la
dulzura que complace al Señor. Sólo las oraciones de los santos son aceptadas
por Dios. ¿Y quiénes son los santos? Son los que el Señor ha santificado por el
poder de su Espíritu Santo, cuya naturaleza ha sido santificada, que han sido
lavados en la preciosa sangre de Jesús y apartados por Él mismo; los que Dios
llenó con su Espíritu Santo para que le
adoren. Ellos lo aman, lo alaban, se postran ante Él con solemne reverencia y
elevan sus almas en amorosa adoración. Sus pensamientos, deseos, anhelos,
confesiones, plegarias y alabanzas son dulces para Dios. Son música a sus
oídos, perfume para su corazón, deleite para su mente infinita y agradable para
su Espíritu Santo, porque “Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo
en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). De ninguna otra manera puede ser adorado un Dios espiritual.
Lo que es dulce para
Dios en la oración no son las palabras utilizadas, aunque deben ser apropiadas; pero la dulzura no radica en algo perceptible a los sentidos externos,
sino en las cualidades secretas que son comparables a la esencia y aromas de
las fragantes especias. Hay en el incienso una esencia sutil y casi espiritual
que la acción de los carbonos encendidos hace que se esparza por todo el ámbito
hasta que todos aspiran su fragancia. Y así ocurre con la oración. Nuestras
oraciones podrán ser muy hermosas en apariencia, y pueden lucir como expresión
de piedad, pero a menos que haya en ellas una fuerza espiritual secreta, son
completamente vanas; la fe debe ser uno de los componentes de la fragancia de
la oración. Cuando escucho a una persona orando no puedo decir si tiene fe o
no, pero Dios sí percibe la fe o la ausencia de ella, y recibe o rechaza la
oración según sea el caso.
ORACIÓN. Nuestro Dios y Padre, Tú conoces las profundidades de mi alma. Que mis
oraciones te sean agradables. Amén.
CHARLES SPURGEON -
(Devocional diario "LA
ORACIÓN ")


