BLANCA COMO NIEVE
Por Laura González de Chávez
"¡Cuan bienaventurado es aquél
cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto!... ¡Alegraos en el
Señor y regocijaos, justos; dad voces de júbilo, todos los rectos de corazón!" (Salmos 32:1,11)
Una mañana, hace unos años, el Señor hizo algo muy singular con mi
esposo y conmigo. Durante nuestro tiempo de devoción, el Señor trajo a nosotros
un devocional sobre una mujer a quien los médicos recomendaron realizarse un
aborto debido a altas posibilidades de malformación. La historia relataba cómo
ella eligió creerle a Dios y proseguir con su embarazo. Cuando la historia se
escribió, Rebeca —así se llamaba su hija— era una misionera y tenía 20 años.
Esa lectura trajo a nuestra memoria el verano del 1991, cuando todavía
no conocíamos al Señor, y tuvimos que enfrentar esa misma disyuntiva. A
diferencia de esta hermana que conocía la Verdad nosotros elegimos seguir el consejo de los
impíos. Nos apoyamos en nuestra propia prudencia y cometimos el acto abominable
de dar término a una vida de 8 semanas de gestación.
En nuestro entendimiento
entenebrecido entendimos que "hicimos lo que había que hacer". En aquél momento hicimos lo que nos
aconsejaron los "expertos"; lo que era "razonable".
Desconocíamos entonces que Dios puede orquestar el regalo de un “niño especial”
a una familia, y que Él es quien hace al “mudo, al sordo, al ciego, al manco y
al cojo” …para Su gloria. No sabíamos que todos los hijos son una bendición de
Dios; que es Él quien los da, los quita o los retiene soberanamente.
Tiempo después, cuando la revelación de Jesucristo interceptó nuestra
vida, pudimos entender la magnitud de nuestro pecado. No solo había sido esto
algo que nos había marcado y dolido profundamente a nosotros, sino que había
sido algo abominable ante los ojos de Dios, nuestro Creador, a cuya imagen
todos somos creados. Pudimos volver a aquél día nefasto de nuestra historia y
llorar de nuevo aquél suceso, ahora con un mayor entendimiento de lo que
hicimos, y ahora recibiendo Su perdón.
Y esa mañana, 18 años después, Dios llamó nuestra atención nuevamente
acerca de la decisión tomada en aquél verano del 1991, esta vez bajo una nueva
luz. Aunque ya habíamos recibido Su perdón, esta vez Dios nos mostró lo que
"pudo haber sido".
Nos dimos cuenta que alrededor de ese mismo tiempo cuando leímos aquél
escrito, nuestra REBECA (¡así la hubiéramos llamado también si era niña!) pudo
haber cumplido sus 18 años. No se imaginan el dolor que de nuevo experimentamos
Fausto y yo, nos embargó de nuevo la tristeza del hueco que dejó nuestra
ignorancia y nuestro pecado.
En esa ocasión Dios nos hizo sentir el dolor de la consecuencia de
nuestro pecado, que muchas veces permanece con nosotros hasta que dejamos este
mundo. Pero en Su bondad y amor, no bien
acabamos de leer ese escrito, Él nos llevó de nuevo a este texto de Colosenses:
“Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de
vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los
delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos
contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo
en la cruz.” (2:13-14)
Nuevamente nos recordó Su perdón y
nos recordó que nuestros pecados habían sido clavados en la Cruz … nuestras almas estaban en paz. No
solo clavó nuestro pecado en la cruz y nos perdonó sino que nos había adoptado
en Su familia y nos había hecho herederos conjuntamente con Su hijo de las
riquezas celestiales. ¡Sublime gracia!
Fue muy aleccionador experimentar aquella mañana en nuestras propias vidas lo que siempre aconsejamos a nuestros discípulos. Aunque Dios nos perdona y lanza nuestros pecados al fondo del mar para nunca acordarse de ellos, no es menos cierto que las consecuencias son duraderas, reales y dolorosas. Pero en medio de ese dolor agridulce Su gracia y Su misericordia brillan cada vez mas intensamente, recordándonos que vivimos en un mundo caído donde estamos sujetos a nuestras debilidades, tentaciones; dolor y lágrimas. Lo único que nos protege es conocerla Verdad
que nos hace libres. Su Evangelio no solo nos libera de la esclavitud del
pecado, sino que también nos protege de nosotros mismos y de las mentiras de
Satanás.
Fue muy aleccionador experimentar aquella mañana en nuestras propias vidas lo que siempre aconsejamos a nuestros discípulos. Aunque Dios nos perdona y lanza nuestros pecados al fondo del mar para nunca acordarse de ellos, no es menos cierto que las consecuencias son duraderas, reales y dolorosas. Pero en medio de ese dolor agridulce Su gracia y Su misericordia brillan cada vez mas intensamente, recordándonos que vivimos en un mundo caído donde estamos sujetos a nuestras debilidades, tentaciones; dolor y lágrimas. Lo único que nos protege es conocer
Gracias le damos a nuestro Dios por
habernos sacado de Egipto; por habernos librado del dominio de la oscuridad y
trasladarnos al Reino de Su Hijo Amado. Nuestro corazón se regocija porque Su amor, gracia y
misericordia nunca nos ha faltado —aun a pesar de nosotros— porque Su Palabra
nos habla cada día, nos permite conocerle y verle; porque restaura, sana y
conforta nuestra alma.
Él llena todo vacío. Él lo llena todo en todo. Le damos gracias porque
ya son pocos los días que nos quedan en esta tierra y pronto nos reuniremos con
Él, le veremos cara a cara en una tierra donde ya no habrá más llanto ni dolor,
donde estaremos libres de pecado y donde podremos vivir para deleitarnos en Él
eternamente.
¡Gracias,
Señor!
¿Has pasado por la dolorosa experiencia de un aborto?
Oro que Dios traiga sanidad a tu
corazón por medio de Su Palabra y de Sus promesas y que puedas conocer Su
perdón y Su misericordia, que cubre todo pecado, que te restaura y te hace
blanca como la nieve.


