EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Por Sugel Michelén

Pero tan pronto
llegaron al huerto, algo comenzó a suceder en el corazón de nuestro Señor: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar
que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que
voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a
entristecerse y a angustiarse en gran manera” (vers. 36-37). El texto
paralelo en Mr. 14:33 dice literalmente que el Señor “comenzó a llenarse de
horror y angustia”. Tan profunda era Su tristeza que hubiese podido morir allí
mismo, de no haber sido fortalecido por Dios, como veremos en un momento (vers.
38).
¿Qué era lo que había llenado de horror el alma de nuestro
Señor Jesucristo al llegar al huerto de Getsemaní? A través de la historia encontramos
muchos relatos de hombres y mujeres que se enfrentaron a la muerte con un
coraje y una quietud extraordinarios, incluyendo muchos mártires cristianos.
¿Eran acaso más valientes que nuestro Señor Jesucristo? ¡Por supuesto que no!
¿Cómo podemos explicar, entonces, la angustia tan grande que se había adueñado
del Señor la noche previa a la crucifixión? Sobre todo tomando en cuenta la
fortaleza de carácter que Cristo había mostrado a través de todo Su ministerio,
aún en medio de las circunstancias más difíciles y adversas.
La explicación de
este misterio se revela en el contenido de Su oración. “Yendo un poco adelante,
se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de
mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (comp. vers. 42). De más está decir que estas palabras son una
síntesis de la oración de Cristo en el huerto. Mateo nos dice en el vers. 40
que al regresar a donde estaban Pedro, Juan y Santiago y encontrarlos
durmiendo, Cristo les dice en tono de reproche: “¿Así que no habéis podido
velar conmigo una hora?” No sabemos con exactitud por cuánto tiempo Cristo
estuvo derramando Su corazón delante de Dios en medio de esa situación tan
angustiosa. Pero lo que Él pide en esencia es que, de ser posible, no tenga que
pasar por la experiencia de tomarse el contenido de esa copa, de ese cáliz.
En el AT la copa era una figura que se usaba para señalar la
ira de Dios contra el pecado del hombre. Dice en el Salmo 75:8: “Porque el cáliz está en la mano de
Jehová, y el vino está fermentado, lleno de mistura… y lo beberán todos los
impíos de la tierra”. En Isaías 51:22 la Biblia se refiere al castigo de Dios sobre la
impiedad del hombre como un cáliz de aturdimiento y de ira. Y en Jeremías 25:15
Dios mismo la describe como la copa del vino de Su furor.
Así que no era la
perspectiva de la muerte en sí misma la que había de llenado de horror y
espanto el alma de Cristo en el huerto de Getsemaní, sino la perspectiva de
tener que tomarse esa copa de ira hasta la última gota por amor de todos
aquellos a quienes vino a salvar.
La palabra Getsemaní
significa “prensa de aceite”, haciendo referencia a esas prensas donde el fruto
del Olivo es machacado. Cuando Cristo llegó a Getsemaní, repentinamente se
sintió abrumado ante la realidad de que unas horas más tarde sería triturado
por una ira sin misericordia para hacer posible que hoy los creyentes
disfrutáramos de esa misericordia sin una gota de ira.
Ahora bien, ¿acaso no sabía nuestro Salvador que esa hora
habría de llegar tarde o temprano? Por supuesto que sí. ¿Por qué esa agonía repentina,
entonces? Porque no es lo mismo tener un conocimiento teórico de algo que va a
suceder en el futuro, que verse de repente en el umbral de esa experiencia. Y
el Señor quiso dejarnos ver, como a través de una ventana, el sufrimiento que
consumía Su alma humana en ese momento ante la perspectiva de tener que beber
esa copa. Cristo no estaba haciendo una especie de obra de teatro en Getsemaní.
Cuando Él dice a Sus discípulos que Su alma está muy triste, hasta la muerte; y
cuando pide al Padre que si es posible pasara de Él esa copa, Él estaba
queriendo decir exactamente lo que dijo.
Pero no era posible
que esa copa pasara de Él. Para que Dios pudiera mostrarnos Su misericordia sin
pasar por alto Su justicia, el Hijo de Dios debía sufrir el castigo que
nosotros merecemos por nuestros pecados. No había otra manera. Por eso alguien
decía que aunque Cristo vino a predicar el evangelio, “el objeto principal de
Su venida es que hubiese un evangelio que predicar”.
¿Respondió Dios el
Padre la oración de Dios el Hijo en el huerto de Getsemaní? Por supuesto que
sí. El mismo Cristo declaró en cierta ocasión que el Padre siempre lo escuchaba
(Jn. 11:42). Y el autor de la carta a los Hebreos, en una evidente referencia a
lo sucedido en esa ocasión, dice que Cristo fue oído a causa de Su temor
reverente (He. 5:7). Pero la respuesta
de Dios no fue librarlo de la cruz, sino fortalecerlo física y espiritualmente
para que pudiera seguir adelante con la obra de redención, a pesar del alto
costo que tendría que pagar por ello.
Dice en Lc. 22:43 que
Dios envió un ángel para fortalecerlo. La misión de ese ángel no fue aliviar el
sufrimiento de Jesús, sino fortalecer Su cuerpo para que pudiera proseguir Su
camino hacia una angustia mayor. Es por eso que en el resto del relato
evangélico vemos al Señor enfrentando con resolución la avalancha de crueldad
que tuvo que soportar a partir de ese momento, desde Su arresto hasta Su
crucifixión, como veremos en el próximo artículo, si el Señor lo permite.
Lea los dos artículos anteriores:
-La semana de la pasión: La maldición de la higuera.
-La semana de la pasión: La purificación del templo.