domingo, 16 de febrero de 2014

¿POR QUÉ TIENDEN A IMITARNOS NUESTROS HIJOS? 15 febrero

¿POR QUÉ TIENDEN A IMITARNOS NUESTROS HIJOS?


Por Sugel Michelén





Conocer la respuesta de esta pregunta nos ayudará a comprender mejor la manera como nuestros hijos funcionan internamente.

-En primer lugar, ellos tienden a imitarnos porque durante una buena parte de su vida nosotros somos sus modelos. Ellos irán creciendo y forjando su carácter hasta llegar a la adultez; pero, ¿dónde encontraran los modelos que les enseñen cómo se supone que deben comportarse los hombres y las mujeres? Obviamente tomarán sus modelos del universo en que viven, y en ese universo los padres jugamos un papel protagónico durante muchos años.

Tu hija no puede ver cómo la Sra. X se somete a su marido y lo trata con respeto, porque no vive con ella, y esos no son patrones que se captan en una breve visita; tu hijo no sabe como el Sr. Z gobierna con sabiduría, con firmeza y con ternura a su esposa y a sus hijos, porque él no vive con esa familia.

Ellos conocen el patrón de vida de tu hogar; para ellos ese es el patrón que existe, porque no han visto otro; y cuando vengan a captar que ciertamente hay otros patrones de vida, sus caracteres ya estarán encaminados por el camino que sus padres le trazaron.

Eso es algo tan trascendental que muchos de nosotros copiamos inconscientemente algunos patrones de conducta que rechazamos de nuestros padres. No nos agradan, pero aun así los copiamos. Pues así como nuestros padres fueron nuestros modelos, nosotros somos ahora el modelo que nuestros hijos tendrán delante de sí por muchos años.

-En segundo lugar, nuestros hijos tienden a imitamos porque heredan algunas características de nuestro temperamento. Ellos no solamente se parecen a ti físicamente, sino también internamente. Eso ciertamente es un misterio, pero los que tienen hijos saben de lo que estamos hablando.

En este punto es necesario que digamos algo respecto a los temperamentos. Los temperamentos en sí mismo no son malos ni buenos. Todos los temperamentos tienen sus virtudes y sus peligros. Si una persona es apacible, por ejemplo, eso es bueno; pero esta persona puede tener una tendencia a huir de los problemas en momentos que tal vez debe enfrentarlos.

Tener determinación y firmeza de carácter es bueno; pero los que tienen esa forma de ser corren el peligro de ser muy dogmáticos en algunas cosas en las que no deben serlo, o pueden llevarse de encuentro a las personas que no creen como ellos creen.

Ahora bien, como nuestros hijos tienden a parecerse a nosotros, nuestro ejemplo tendrá una enorme influencia en ellos a la hora de canalizar sus temperamentos. Si somos muy decididos, y esa forma de ser nos ha llevado a la terquedad y la aspereza, es probable que nuestro hijo que heredó ese “gen” tienda naturalmente a imitarnos en ese asunto. Para él es fácil seguir ese curso de acción, porque él nació con una tendencia natural hacia ese temperamento nuestro, y nuestro ejemplo lo está moviendo a canalizarlo incorrectamente.

-En tercer lugar, nuestros hijos tienden a imitamos porque es más fácil para ellos seguir nuestro ejemplo que nuestras instrucciones. De hecho, en muchas ocasiones es nuestro ejemplo el que define en la mente de nuestros hijos el significado de nuestras palabras.

Cuando la madre dice a su hijo de dos o tres años que debe ser gentil, en ese momento el concepto es un poco abstracto para él; el niño no puede definir con precisión lo que esa palabra significa. Pero él está observando a la madre, cómo le habla a las personas que trabajan en la casa, cómo lo corrige a él cuando hace algo incorrecto, sobre todo cuando ha hecho algo que causa ciertos inconvenientes, como entrar con los pies sucios de lodo en la sala que ha sido recién limpiada.

El niño observa cómo esa madre le habla a su esposo; y todo eso está ayudándole a definir el concepto que su madre está tratando de enseñarle. Si Ud. pregunta a ese niño: “¿Cómo debemos tratar a los demás?”, el responderá: “Con gentileza”. Pero a la hora de tratar a los demás él tenderá a imitar lo que ha aprendido observando a su madre día tras día en la forma como ella trata a los demás.

Y eso se aplica a todas las cosas: la forma en que los padres reaccionan ante los problemas de la vida, la forma como toman decisiones, las cosas que valoran, la forma en que se visten, todo. Nuestros hijos siguen más fácilmente nuestro ejemplo que nuestras instrucciones. Debemos darles instrucciones (comp. Pr. 1:8; 4: 1, 10, 20; 5: 1, 7; 6:20). Debemos instruir verbalmente a nuestros hijos; pero no olviden que nuestro ejemplo será más determinante para ellos, más fácil de seguir.



Si un niño se aíra con su hermana y le pega, y más atrás viene la madre airada y le pega al niño, ¿qué ha sucedido ahí? Que tanto la madre como el niño han cometido el mismo pecado: ambos se airaron y pegaron. Por lo tanto, la madre le ha reforzado a ese niño su tendencia pecaminosa. De ahora en adelante el procurará pegarle a su hermana o al amiguito de al lado cuando su mamá no esté. Su patrón pecaminoso fue reforzado. No es que esté en contra del uso de la vara, pues la Biblia nos exhorta usarla cuando fuere necesario (Pr. 10:13; 22:15; 23:13-14; 26:3; 29:15). Pero una cosa es aplicar la vara, y otra muy distinta descargar nuestra ira contra nuestros hijos.

He aquí, entonces, tres razones básicas por las que nuestro ejemplo ejerce una influencia tan determinante en la vida de nuestros hijos, para bien o para mal. Y espero haberles podido convencer de la importancia crucial de este asunto. Si damos un mal ejemplo a nuestros hijos eso minará nuestros esfuerzos en el trabajo que estamos tratando de hacer con ellos, como espero ver en la próxima entrada.







TRADUCCIÓN