¿POR QUÉ TIENDEN A IMITARNOS
NUESTROS HIJOS?
Por Sugel Michelén
Conocer la respuesta de esta pregunta nos ayudará a comprender mejor la
manera como nuestros hijos funcionan internamente.
-En primer lugar, ellos tienden a
imitarnos porque durante una buena parte de su vida nosotros somos sus modelos. Ellos irán creciendo y forjando su
carácter hasta llegar a la adultez; pero, ¿dónde encontraran los modelos que
les enseñen cómo se supone que deben comportarse los hombres y las mujeres?
Obviamente tomarán sus modelos del universo en que viven, y en ese universo los
padres jugamos un papel protagónico durante muchos años.
Tu hija no puede ver cómo la
 Sra. X  se somete a su marido y lo trata con respeto, porque
no vive con ella, y esos no son patrones que se captan en una breve visita; tu
hijo no sabe como el Sr. Z gobierna con sabiduría, con firmeza y con ternura a
su esposa y a sus hijos, porque él no vive con esa familia.
Ellos conocen el patrón de vida de tu hogar; para ellos ese es el patrón
que existe, porque no han visto otro; y cuando vengan a captar que ciertamente
hay otros patrones de vida, sus caracteres ya estarán encaminados por el camino
que sus padres le trazaron.
Eso es algo tan trascendental que muchos de nosotros copiamos
inconscientemente algunos patrones de conducta que rechazamos de nuestros
padres. No nos agradan, pero aun así los copiamos. Pues así como nuestros
padres fueron nuestros modelos, nosotros somos ahora el modelo que nuestros
hijos tendrán delante de sí por muchos años.
-En segundo lugar, nuestros hijos
tienden a imitamos porque heredan algunas características de nuestro
temperamento. Ellos
no solamente se parecen a ti físicamente, sino también internamente. Eso
ciertamente es un misterio, pero los que tienen hijos saben de lo que estamos
hablando.
En este punto es necesario que digamos algo respecto a los
temperamentos. Los temperamentos en sí mismo no son malos ni buenos. Todos los
temperamentos tienen sus virtudes y sus peligros. Si una persona es apacible,
por ejemplo, eso es bueno; pero esta persona puede tener una tendencia a huir
de los problemas en momentos que tal vez debe enfrentarlos.
Tener determinación y firmeza de carácter es bueno; pero los que tienen
esa forma de ser corren el peligro de ser muy dogmáticos en algunas cosas en
las que no deben serlo, o pueden llevarse de encuentro a las personas que no
creen como ellos creen.
Ahora bien, como nuestros hijos tienden a parecerse a nosotros, nuestro
ejemplo tendrá una enorme influencia en ellos a la hora de canalizar sus
temperamentos. Si somos muy decididos, y esa forma de ser nos ha llevado a la
terquedad y la aspereza, es probable que nuestro hijo que heredó ese “gen”
tienda naturalmente a imitarnos en ese asunto. Para él es fácil seguir ese
curso de acción, porque él nació con una tendencia natural hacia ese
temperamento nuestro, y nuestro ejemplo lo está moviendo a canalizarlo
incorrectamente.
-En tercer lugar, nuestros hijos
tienden a imitamos porque es más fácil para ellos seguir nuestro ejemplo que
nuestras instrucciones. De hecho, en muchas ocasiones es nuestro ejemplo el que define en la
mente de nuestros hijos el significado de nuestras palabras.
Cuando la madre dice a su hijo de dos o tres años que debe ser gentil,
en ese momento el concepto es un poco abstracto para él; el niño no puede
definir con precisión lo que esa palabra significa. Pero él está observando a
la madre, cómo le habla a las personas que trabajan en la casa, cómo lo corrige
a él cuando hace algo incorrecto, sobre todo cuando ha hecho algo que causa
ciertos inconvenientes, como entrar con los pies sucios de lodo en la sala que
ha sido recién limpiada.
El niño observa cómo esa madre le habla a su esposo; y todo eso está
ayudándole a definir el concepto que su madre está tratando de enseñarle. Si
Ud. pregunta a ese niño: “¿Cómo debemos tratar a los demás?”, el responderá:
“Con gentileza”. Pero a la hora de tratar a los demás él tenderá a imitar lo
que ha aprendido observando a su madre día tras día en la forma como ella trata
a los demás.
Y eso se aplica a todas las cosas: la forma en que los padres reaccionan
ante los problemas de la vida, la forma como toman decisiones, las cosas que
valoran, la forma en que se visten, todo. Nuestros
hijos siguen más fácilmente nuestro ejemplo que nuestras instrucciones.
Debemos darles instrucciones (comp. Pr. 1:8; 4: 1, 10, 20; 5: 1, 7; 6:20).
Debemos instruir verbalmente a nuestros hijos; pero no olviden que nuestro
ejemplo será más determinante para ellos, más fácil de seguir.
Si un niño se aíra con su hermana y le pega, y más atrás viene la madre
airada y le pega al niño, ¿qué ha sucedido ahí? Que tanto la madre como el niño
han cometido el mismo pecado: ambos se airaron y pegaron. Por lo tanto, la
madre le ha reforzado a ese niño su tendencia pecaminosa. De ahora en adelante
el procurará pegarle a su hermana o al amiguito de al lado cuando su mamá no
esté. Su patrón pecaminoso fue reforzado. No es que esté en contra del uso de
la vara, pues la Biblia 
nos exhorta usarla cuando fuere necesario (Pr. 10:13; 22:15; 23:13-14; 26:3;
29:15). Pero una cosa es aplicar la
vara, y otra muy distinta descargar nuestra ira contra nuestros hijos.
He aquí, entonces, tres razones básicas por las que nuestro ejemplo
ejerce una influencia tan determinante en la vida de nuestros hijos, para bien
o para mal. Y espero haberles podido convencer de la importancia crucial de
este asunto. Si damos un mal ejemplo a nuestros hijos eso minará nuestros
esfuerzos en el trabajo que estamos tratando de hacer con ellos, como espero
ver en la próxima entrada.


