SU PAZ
Por Faustino de Jesús Zamora Vargas
“Bienaventurados los
que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.” Mateo 5:9
“Oren ustedes por la
paz de Jerusalén: Sean prosperados los que te aman.” Salmos 122:6
Misericordia y paz,
gracia y paz, amor y paz, justicia y paz. El fruto del Espíritu y la paz. No
caben dudas que nuestro Dios es un Dios de paz (Ro 15.33, Heb 13.20, 1 Ts
5.23). Para estos tiempos en que comienzan a escucharse las trompetas anunciando
guerras, resulta difícil hablar de la paz de Dios. Me pregunto qué hace la
iglesia del Dios viviente como institución divina ante esta situación. Unos
dicen que no debemos hacer nada porque meterse en esos asuntos no le
corresponde al cuerpo de Cristo. Otros argumentan que lo apropiado es orar para
que Dios obre y se haga su voluntad. Los más parecen sumarse a la modorra y la
insensibilidad de los que se escudan en razonamientos religiosos para agarrarse
a la indiferencia. Pero hay un Dios en el cielo y un Príncipe de Paz a su
diestra. A ninguno le placen las guerras con intereses disfrazados de aparente
humanismo. No se trata de política, sino de teología. El apóstol Pablo nos dice
que Cristo es nuestra paz (Ef 2.14).
La prosperidad del ser humano depende de la paz y Dios
nos reveló la fórmula para disfrutarla en su Hijo Jesucristo. Como Cristo es
nuestra paz, no hay justificaciones para los bamboleos bélicos ni los rejuegos
contenciosos de la conciencia. Los hijos de Dios debemos amar la paz y más que
todo, trabajar y promover la paz. El propio Jesús nos dice La paz les dejo; mi
paz les doy. Y nos subraya, Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo (Jn
14.27) El cristiano debe amar la paz.
Los judíos del tiempo
de Cristo esperaban un Mesías de la guerra que restaurara a golpe de espada la
nación de Israel y echara con caballos y ejércitos a los romanos invasores.
Pero él prefirió la paz. Su misión era más alta. Su compasión no tenía límites;
vino a buscar a los pecadores, a anunciar una era nueva, a proveer de gracia a
un mundo desgraciado, a traernos su paz.
Estoy seguro que
muchos sienten la paz de Dios en sus corazones. Esa paz es como una semilla que
germina cada mañana en el afecto conyugal, en el abrazo a los hijos, en la
sonrisa de los ancianos de tu vida y en el milagro de los nietos, quienes
renuevan tus alas con sus miradas tiernas y llenan el corazón de gratitud a
Dios. Paz de Cristo es sinónimo de plenitud. Sin ella no hay gozo ni esperanza,
ni vida.
Jesús tiene en alta
estima a la humanidad. Dios y el hombre son sus prioridades. Su reino anuncia
un nuevo orden en el corazón del ser humano, un cambio verdadero en la
mentalidad y el accionar de hombre. Jesús viene a pregonar la paz, a regenerar,
a barrer lo viejo, a instaurar un principado de paz en la vida interior y
exterior del hombre.
Por eso duele
escuchar los tambores de la guerra, porque no concebimos un mundo donde la paz
sea un privilegio de pocos y que el fantasma de la muerte se cierna sobre las
cabezas de muchas vidas inocentes que morirían irremisiblemente. Dios no se
encarna en la miseria, ni en los tanques de guerra, ni en los paisajes que
dejan las batallas humanas, sino en la cordura, en la reflexión oportuna, en su
paz indiscutiblemente necesaria. En los que fraguan el mal habita el engaño,
pero hay gozo para los que promueven la paz (Pr 12.20)
Pablo le decía a los
romanos: “Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz
y a la mutua edificación (Ro 14.19). Es un verso que parece extraído de alguna
resolución diplomática de la actualidad, pero es la diplomacia de Cristo, es la
que necesitamos hoy más que nunca para que la paz de Dios que sobrepasa todo
entendimiento, cuide nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Flp
4.7). ¡Dios te bendiga!
"Su paz" es
parte de la serie: "Posesiones compartidas". En esta serie de 10
meditaciones el Hno. Faustino de Jesús anima al pueblo de Dios a reflexionar
sobre algunos rasgos de la personalidad y atributos que pertenecen a Dios y que
Él anhela compartir con sus hijos a través de las enseñanzas de Cristo, nuestro
Señor. Esperamos que sea de bendición para sus vidas y ministerios.


