viernes, 30 de diciembre de 2022

El segundo mejor libro para un cristiano 30 diciembre




A fin de expresarme más libremente sobre una cuestión que está muy dentro de mi corazón, echaré a un lado el más bien pomposo nosotros editorialista, y hablaré en primera persona del singular.

Lo que tengo en mente es el lugar del Himnario en la vida devocional del cristiano. Para el propósito de devoción interior, sólo hay un libro que pueda ser puesto por encima del himnario, y éste es, naturalmente, la Biblia. Digo esto sin limitación de ningún tipo: después de las Sagradas Escrituras, el siguiente mejor compañero para el alma es un buen himnario.

Para el hijo de Dios, la Biblia es el libro de todos los libros, que debe ser reverenciado, amado, recorrido arriba y abajo sin fin y tomado como manjar, como el pan viviente y maná del alma. Es el mejor libro, sin ninguno que se le pueda comparar, el único libro indispensable. Ignorarla o descuidarla es condenar nuestras mentes al error y nuestros corazones al hambre.

Después de la Biblia viene el Himnario. Y recordemos, no me refiero a un libro de cánticos ni aun libro de cánticos evangélicos, sino a un verdadero himnario que contenga la crema de los grandes himnos cristianos que nos han dejado los siglos.

Una de las serias debilidades del actual evangelicalismo es la calidad mecánica de su pensamiento. Un Cristo utilitario ha tomado el puesto del radiante Salvador de otros y más felices tiempos. Este Cristo es capaz de salvar, cierto, pero se piensa en Él como haciéndolo de una manera práctica como por encima del mostrador, pagando nuestra deuda y cortando el recibo como un funcionario que reconoce el pago de una multa. Mucho del pensamiento religioso de nuestro pequeño círculo evangélico está caracterizado por una psicología de cajero de banco. La tragedia de esta concepción es que es verdad sin ser toda la verdad.

Si los cristianos modernos deben acercarse a la grandeza espiritual de los santos bíblicos o conocer los deleites interiores de los santos de los tiempos post-bíblicos, deben corregir esta incorrecta perspectiva y cultivar las hermosuras del Señor nuestro Dios en una dulce experiencia personal. Para alcanzar un estado tan dichoso, un buen himnario será de más ayuda que cualquier otro libro en el mundo, excepto la misma Biblia.

Un gran himno incorpora los más puros pensamientos concentrados de algún sublime santo que puede haber partido hace mucho tiempo de la tierra, habiendo dejado poco o nada detrás de sí, excepto aquel himno. Leer o cantar un verdadero himno es unirse en el acto de adoración con una gran y bien dotada alma en sus momentos de íntima devoción. Es oír a un amante de Cristo explicando a su Salvador por qué le ama; es escuchar sin embarazo los más suaves susurros de un amor imperecedero entre la novia y el Esposo celestial.

A veces nuestros corazones son extrañamente tercos y no se suavizan ni enternecen por mucha oración que hagamos. En estas ocasiones ocurre con frecuencia que la lectura o canto de un buen himno funde la capa de hielo y permite que comiencen a fluir los afectos interiores. Este es uno de los usos del himnario. Las emociones humanas son curiosas y difíciles de suscitar, y hay siempre el peligro de que puedan ser suscitadas mediante usos erróneos y por razones erróneas.

El corazón humano es como una orquesta, y es importante que cuando el alma comienza a tocar sus melodías, un David, un Bernardo o un Watts o un Wesley estén en el podio. La devoción constante por medio del himnario garantizará este feliz acontecimiento y. además, protegerá al corazón de ser dirigido por malvados directores.

Cada cristiano debiera tener junto a su Biblia una copia de algún himnario estándar. Debería leer la una y cantar del otro, y se quedará entonces sorprendido y encantado de descubrir lo mucho que se parecen. Los poetas cristianos dotados han puesto, en muchos de nuestros grandes himnos, la verdad con música. Isaac Watts y Charles Wesley (posiblemente por encima de todos los demás) supieron conjugar el arpa de David con las Epístolas de Pablo y darnos doctrina en cánticos, una teología sublime que deleita mientras alumbra.



A. W. TOZER – (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA”)