“Padre, quiero que donde yo esté, también estén
conmigo aquellos que me has dado para que vean mi gloria que me has dado,
porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.” Juan 17:24 (Leer Juan
17:20-26)
Una maestra de
iglesia, le hizo una serie de preguntas a los niños de 10 años a quienes
impartía clases, esto con el fin de que se dieran cuenta por ellos mismos, que
la única manera de llegar al cielo es poniendo su fe en Jesús.
A continuación
les compartimos un extracto de ese momento: “Vamos a ver niños, ¿si lo vendo
todo y le doy el dinero a la iglesia, iré al cielo por eso?” La respuesta fue
un rotundo: “¡No, maestra!”. Continuó la conversación de la siguiente manera:
“¿Y si mantengo las cosas limpias en la iglesia y en mi casa?” Nuevamente
obtuvo un: “¡No, maestra!”. “¿Y si quiero a mi familia, soy bueno con los
animales, no peleo con otros niños y niñas? ¿Iré al cielo por eso? Se escuchó otro unánime: “¡No, maestra!”. Finalmente
les preguntó: “¿Entonces qué tengo que hacer para ir al cielo?”. La respuesta
provino de una pequeña niña pelirroja con su cara llena de pecas, que se
sentaba en la esquina del salón, quien dijo a viva voz: “Tiene que estar
muerto”.
Esta no era
exactamente la respuesta que aquella maestra esperaba, pero la pequeña niña
pelirroja tenía razón. Ciertamente la Biblia nos dice que todos y cada uno de
nosotros tendremos en algún momento que dejar atrás nuestros cuerpos de carne y
hueso (1ª Corintios 15:50-52). A menos que estemos vivos cuando Cristo regrese
por los creyentes (1ª Tesalonicenses 4:13-18), todos debemos morir antes de entrar
en la presencia del Señor. Con esto la Palabra de Dios no motiva el suicidio,
sino que habla de la muerte natural que todos experimentaremos tarde o temprano.
El famoso
predicador británico Charles H. Spurgeon (1834-1892), logró captar esta verdad
en uno de sus sermones llamado: “¿Por qué nos dejan?” En el señala que la
oración de Jesús descrita en Juan 17:24, es contestada cada vez que un creyente
muere; en ese momento la persona deja su cuerpo terrenal y entra en la
presencia del Señor. El apóstol Pablo lo
describe de una forma maravillosa al contarnos su anhelo de estar en la presencia
del Señor versus el peso de llevar
las buenas nuevas a sus hermanos en Filipenses 1:21-26.
1. La muerte para el creyente es tan sólo
un paso más que todos tendremos que dar para estar en la presencia del Señor.
2. Cuando el creyente muere en realidad
empieza a vivir.
HG/MD -
(DEVOCIONAL DIARIO “MI DEVOCIONAL”)