“El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el
ojo, ¿no verá?... El Señor conoce los pensamientos de los hombres.” Salmo 94:9,
11
“Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica.
Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia.” Salmo
66:19-20
(Leer Levítico 8 – Romanos 5 – Salmo 64 –
Proverbios 16:7-8)
La oración no
es la repetición de frases aprendidas de memoria, que nos darían cierto mérito
a los ojos de Dios.
La oración
tampoco es un medio mágico para ganar los exámenes, triunfar en los negocios o
tener una garantía contra todo riesgo.
Tampoco es una
especie de escapatoria para los débiles que tratan de huir, o para los que no
saben asumir sus responsabilidades.
La oración no
debe ser el último recurso cuando todos los demás fracasan, o en caso de
dificultad mayor.
La oración es
una conversación entre dos personas que existen realmente, entre un ser humano
y una persona divina. Es sencilla-mente hablar con Dios como lo hace un niño con
su padre, o hablar con Jesús, quien vino a tomar nuestra condición humana. Es
exponerle nuestras preocupaciones, nuestras tristezas y alegrías, nuestros
proyectos, y también darle gracias. Es tener la seguridad de que nos escucha,
de que nos responderá y nos dará lo que es bueno para quienes se dirigen a él.
Así como nos
habla por medio de su Palabra, la Biblia, también desea que nosotros le
hablemos mediante la oración, de forma sencilla, con nuestras palabras, que son
la expresión de un corazón sincero y confiado. “Dios es amor” (1ª Juan 4:8), y
el hecho de que nos escuche es la prueba de ello.
Alguien dijo
que orar, en cierto sentido, es tener una puerta abierta al cielo.
EDICIONES BÍBLICAS - (DEVOCIONAL "LA BUENA
SEMILLA")