“(Cristo hizo) la paz mediante la sangre de su
cruz.” Colos. 1:20
“Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al
mundo.” Gálatas 6:14
(Leer Levítico 6 – Romanos 3 – Salmo 63:1-4 –
Proverbios 16:3-4)
1) El fundamento de nuestra paz con Dios.
En la cruz
Jesús dio su vida por nosotros, llevó el castigo que merecían nuestros pecados.
Por ello la cruz es el fundamento de nuestra paz con Dios. En ella vemos a Dios
como el que amó de tal manera al mundo, que dio a su Hijo unigénito (Juan
3:16). En la cruz Dios se reveló, a la vez, como el que nos ama y el que es
justo. Condena el pecado y justifica al pecador que se arrepiente (Romanos
3:26). En la cruz la gracia de Dios nos alcanza, nos levanta y nos salva. Nos
reconcilia con él, nos hace sus hijos y nos coloca en su presencia. ¡Nos llena
de agradecimiento y alabanza!
2) El fundamento de nuestro testimonio diario.
Si, por una
parte, la cruz nos une a Dios, por otra parte nos separa moralmente del mundo.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí” (Gálatas 2:20). Somos pues, como él, rechazados por el mundo. Las dos cosas
van juntas: si la cruz se ha puesto entre nosotros y nuestros pecados, también
se pone entre nosotros y el mundo. En el primer caso, nos da la paz con Dios;
en el segundo caso, nos pone en oposición con el mundo, donde sin embargo
debemos vivir y hacer el bien, imitar a Cristo.
Retengamos
estos dos aspectos de la cruz. ¿Vamos a aceptar el primero y rechazar el
segundo? Por medio de la cruz, Dios nos invita a entrar en el “reino de su
amado Hijo” (Colosenses 1:13), pero también a salir moralmente del mundo, cuyo
jefe es Satanás.
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SEMILLA")