Es posible que
nos conmovamos y despertemos, y que nos preguntemos: “¿Por qué estoy tan
temeroso? ¿Por qué estoy en esta montaña rusa de la desesperación? ¿Por qué el
futuro causa pánico en mi alma?”.
Esto sucede
porque no hemos entregado totalmente nuestras vidas, nuestras familias, nuestra
salud, nuestros trabajos y nuestros hogares en las manos fieles de Dios. No
hemos dado el salto de fe que determina: “Mi Señor es verdadero y fiel. A pesar
de que he fallado en innumerables ocasiones, Él nunca me ha fallado. Pase lo
que pase, voy a entregar mi vida y futuro a su cuidado".
¿Cómo somos
capaces de hacer esto? Al aceptar esta palabra que nos ha dado: “Así dijo Jehová
tu Señor, y tu Dios, el cual aboga por su pueblo: He aquí he quitado de tu mano
el cáliz de aturdimiento, los sedimentos del cáliz de mi ira; nunca más lo
beberás” (Isaías 51:22). Él está diciendo, en esencia: “No estoy
dormido. Yo soy el mismo Dios que abrió el Mar Rojo, que levanta a los muertos,
y que ha hecho provisión para ti. Mi pueblo no está destinado a vivir en la
esclavitud del miedo”.
La copa de
estremecimiento es removida cuando despertamos a nuestra necesidad de aceptar
la Palabra de Dios. Al tomar esta postura de fe, nos enfrentaremos a sacudidas
repentinas de temor, pero tenemos que hacer frente a esos temores -echar mano
de las promesas de Dios y estar plenamente convencidos de que él es capaz de
mantener lo que le hemos confiado- y entonces no vamos a beber más del vino de
la desesperación.
El hecho es que,
cuanto más oscuros se vuelven los días, el pueblo de Dios debe vivir aún con
más fe. De otro modo, hacemos parecer a
Dios mentiroso cada vez que entramos en pánico y temor. En la revista de
noticias Newsweek, se relataba el caso de una adolescente que demostró su fe de
una forma muy poderosa. Un avión que volaba desde Newark a París entró en una
fuerte turbulencia, y los pasajeros se volvieron presa del pánico y comenzaron
a gritar. En medio de todo esto, la chica de dieciséis años de edad, sentada y
con el cinturón de seguridad puesto, estaba leyendo su Biblia en silencio. Más
tarde, cuando se le preguntó por qué no tenía temor cuando todo el mundo
alrededor de ella estaba temblando de miedo, ella respondió: “Mi Biblia me
promete que Dios cuidará de mí, así que tan sólo oré y confié”.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)