“Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el
principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el
primero.” Colosenses 1:18
Ya que Cristo es la
cabeza de su cuerpo, la iglesia, solo él puede decidir las doctrinas de esta.
Nada debe recibirse como aprobado por la deidad a menos que venga con su sello.
Para el siervo fiel de Jesucristo no importa que algo le llegue con la
antigüedad gris de las edades para que sea venerable. Como hombre sensible, el
cristiano respeta la antigüedad, pero como súbdito leal del rey, no se inclina
ante la antigüedad como para dejar que esta se convierta en la gobernadora de
Sión en lugar del Cristo vivo. Puede que una multitud de hombres buenos se
reúna y puede que, en su juicio, ellos propongan un dogma y afirmen que es
esencial e indudable, y quizá incluso amenacen con muchos peligros a aquellos
que no reciban su veredicto, pero si no
se autorizó el dogma mucho antes de que lo decidieran, si no estaba escrito en
el Libro, la decisión del concilio erudito no significa nada. Todos los
padres, doctores, eclesiásticos y confesores juntos no pueden añadir una
palabra a la fe que una vez se les dio a los santos. Sí, me atrevo a decir que
el consenso unánime de todos los santos en el cielo y en la tierra no sería
suficiente para hacer una sola doctrina que obligue a la conciencia a menos que
Jesús así lo haya determinado.
(A través de la Biblia en un año: 1 Crónicas 5-8)
CHARLES SPURGEON - (Dev. “A LOS PIES DEL MAESTRO”)