Cristo pronunció las
bienaventuranzas a un cuerpo de creyentes dividido y sin esperanza: “Bienaventurados vosotros los quebrantados,
que lloran, que son pobres de espíritu. Son benditos, no porque hayan hecho
nada para ganárselo, sino porque yo estoy con vosotros” (Ver Mateo 5:2-11).
¡Qué revelación! Somos
bendecidos simplemente porque Jesús está con nosotros. La bendición de Emanuel,
“Dios con nosotros” (Mateo 1:23), adquiere un nuevo significado a la luz de la
profecía de Isaías: “Te daré por pacto al pueblo, para que restaures la tierra,
para que heredes asoladas heredades” (Isaías 49:8). La bendición de la
presencia de Cristo iba a silenciar todas nuestras voces acusadoras.
Este silenciamiento
ocurrió literalmente en el caso de la mujer sorprendida en adulterio (Juan
8:1-11). Los líderes religiosos la llevaron a Jesús exigiéndole que Él también
la acuse, pero secretamente tenían otra razón para traerla ante Jesús: ¡Querían
acusarlo!
¿Alguna vez has oído
cristianos acusar a Dios de algo? Lo escucho de las personas todo el tiempo en
mi consejería pastoral: “Dios no está obrando en mi vida. Oro fielmente, pero
Él no responde. He hecho todo lo que puedo, pero todavía no me ha liberado”.
Esto es exactamente lo que Satanás quiere que hagamos: Acusar a Dios en
nuestros corazones. Esto crea un ciclo sin fin de esclavitud.
Jesús respondió a la mujer
adúltera y a los que la acusaban: “Se enderezó y les dijo: El que de vosotros
esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).
Dios ya no era el que estaba siendo acusado. Jesús había vuelto el centro de
atención hacia donde pertenecía, hacia el propio pecado de ellos; y ellos
respondieron “[saliendo] uno a uno” (Juan 8:9).
Tenga en cuenta lo que
dijo Jesús entonces a la mujer: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te
condenó?” (Juan 8:10). Esto es exactamente lo que Jesús nos dice hoy: “¿Dónde
están tus acusadores? ¿Dónde están las voces que dicen: 'Tú eres pecador sin
esperanza, un fracaso'? ¡Se han ido! Yo soy tu justicia ahora y he silenciado a
todos tus acusadores”.
Cuando esas voces sigan
gritando en nuestros oídos, vamos a escuchar otra voz por encima de todas
ellas: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). La
voz de Cristo nos dirá: “He silenciado a tus acusadores”. Su verdad atraviesa
todo clamor y estrépito con su paz, que sobrepasa todo entendimiento.
GARY WILKERSON -
(DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)