“Despojémonos de todo peso y del pecado que nos
asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” Hebreos
12:1
Cada vez
que nos excusamos por nuestro pecado, estamos culpando a Dios. Adán lo hizo
cuando Dios le preguntó acerca del comer el fruto prohibido. Él respondió: “La
mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn. 3:12). Adán
no aceptó la responsabilidad de su pecado, sino que culpó a Dios, de que le
había dado a Eva.
El pecado nunca es culpa de Dios, ni es la culpa
de una persona o circunstancia que Dios trajo a nuestra vida. El excusar
el pecado pone en tela de juicio a Dios por algo que solo es nuestra culpa. Si
decide castigarnos es porque lo merecemos.
Por eso la
confesión de pecado es indispensable para el crecimiento espiritual. Cuando
acepte la realidad de su pecado y lo confiese, tiene menos peso muerto que lo
arrastre hacia abajo en el proceso de crecimiento. Como lo indica el versículo
de hoy, aumentará su crecimiento cuando se despoje del peso del pecado mediante
la confesión.
JOHN MACARTHUR - (Devocional "LA VERDAD PARA HOY)